El desafío de la hora
-Por Micaela Panza-
Desde hace
algunos días, la Argentina vive una profunda oscilación emocional. De la
alegría a la preocupación; del llanto a la bronca; de la osadía al terror. No
es para menos, hace poco más de una semana, en la ya famosa esquina de Juncal y
Uruguay, en el barrio porteño de Recoleta, un falso ‘’loquito suelto’’ cometió
un intento de magnicidio contra la Vicepresidenta de la Nación, y máxima
referente del campo nacional y popular.
El calor del abrazo ofrecido por quienes la reconocen como autora
de grandes transformaciones y reivindicaciones, se intensificó en el preciso
instante en el que el odio apretó el gatillo. Pero también se potenciaron los discursos que inoculan su desprecio desde algunos sectores opositores de la
política, y sus amplificadores mediáticos.
Una jauría de hombres y mujeres autopercibidos periodistas, se
lanzaron a las redes sociales para desprenderse de culpa y cargo por el
lamentable acontecimiento sucedido el jueves por la noche.
Al mismo tiempo, y con un recrudecimiento en sus discursos,
conforme pasaban las horas, se encargaron de elaborar teorías que por supuesto
colocaban a la casi inmortalizada, Cristina Fernández de Kirchner, como autora
intelectual y material de su propia muerte.
"Nos quieren callar"
A partir de aquel hecho repudiable se instaló el debate en torno
al papel que desempeñan los medios de comunicación hegemónicos, y en particular
algunos periodistas, voceros del poder, e incansables promotores del
sentimiento que casi traspasa la cabeza de la Vicepresidenta. Sucede que desde
hace mucho tiempo se viene permitiendo el avance desenfrenado y neurótico de la
violencia, el odio, y la irresponsabilidad de quienes poseen un peso
preponderante sobre la opinión pública.
Habiendo pasado tan solo 24 hs del atentado, comenzó un desfile
político y mediático que, lejos de intentar reducir las llamas que dejó la
explosion del hecho, arrojan bidones de odio en busca de producir una nueva,
pero está vez efectiva tragedia.
Hemos visto y escuchado de todo, desde que el acto fue un montaje,
pasando por sostener que la culpa es de Cristina o que se politiza un
hecho de violencia política. Esto último parece broma pero fue expresado por
muchos representantes de la oposición. No obstante hay un elemento compartido
por todo el sector mediático y político del que venimos hablando, que se pone
en juego a la hora de defender sus dichos o acciones. "Libertad de expresión", vociferan
una y otra vez para justificar su ensañamiento histórico hacia los movimientos
populares y sus dirigentes.
La libertad de expresión es concebida cómo un "súperderecho", avalada y defendida
por el artículo 14 de nuestra carta magna, e incluso por la propia Convención
Americana de los Derechos Humanos, a la que adherimos desde el año 1984. Es
preciso no poner el foco solo en el marco normativo de esta sino, y
fundamentalmente en su condición democrática. La libertad de expresión es
considerada uno de los pilares fundamentales de la democracia. Sin embargo es
imprescindible desarmar con vehemencia la idea de que este derecho habilita
cualquier tipo de manifestación, sin medir las consecuencias. Es en este punto
entonces que vale preguntarnos ¿Qué lugar le damos a la libertad de expresión?
¿Puede ser este un derecho por encima del derecho a la vida? . Si no hay
democracia sin el derecho a la libertad de expresión, ¿que pasa cuando esta
última es utilizada por sectores que incansablemente demuestran desinterés en
conservar nuestro sistema democrático?
No planteo aquí debates filosóficos al respecto. Las
decisiones que puedan tomarse deben provenir del más profundo sentido común y
consciencia de vida. Si el derecho a vivir está por encima de cualquier otro
derecho, entonces no hay discusión válida cuando, mediante un sinfín de
discursos odiantes y virulentos, provenientes de diversos sectores y actores
políticos y sociales, se empuña un arma para acabar con la vida de una persona.
Todo tiene que ver con todo
No podemos incurrir en el error de pensar lo sucedido despojado
del contexto político, económico y social en el que se inscribe. Las políticas
de exclusión que comenzaron el 10 de diciembre del 2015, y que al día de hoy no
se erradicaron en su totalidad - incluso se profundizaron algunas en el último
tiempo -, son un factor clave para la reproducción de perfiles como los que
intentaron matar a Cristina. Pero ojo, con esto no decimos que quien esta
sumergido en la pobreza o indigencia deviene en integrante de una banda que
planifica un atentado contra la magistrada mas importante que tiene la
Argentina. Caer en este pensamiento no solo profundiza la estigmatización de
una clase que ya bastante tiene con levantarse todos los días en su agobiante
realidad, sino que además omite el universo de complejidades y elementos que
operan en este tipo de sucesos.
Está claro que nadie se levanta una mañana con la intención de
gatillar dos veces a 30 cm de la cara de una vicepresidenta porque si. Este
hecho es producto de una construcción planificada y ejecutada a la perfección.
Aquí se establece todo un entramado político, mediático y judicial que
facilitan la apropiación de determinadas ideas por parte de un sector de la
sociedad. Todo se retroalimenta. Y eso es lo que está pasando, y ha pasado
históricamente alrededor de la figura de los movimientos populares y sus
líderes. Son perseguidos, hostigados, estigmatizados, demonizados, y antes que
nada deshumanizados, porque solo así es posible enraizar el odio que
tarde o temprano termine eliminando esa concepción del mundo.
Es en esta instancia en que los medios de comunicación se
constituyen como una pieza central en la construcción de subjetividades. La
capacidad de distorsionar la realidad que estos poseen tiende a promover, por
ejemplo, la creencia por parte de la clase trabajadora, de los humildes de la
patria, que solo por odiar a los que en definitiva son como ellos, se les
abrirán las puertas del paraíso oligarca que históricamente los desprecia.
El odio subyace en la sociedad al igual que otras emociones. No es
este sentir en sí mismo sobre el que deben cimentarse las bases de las discusiones,
sino en los actos que pueden cometerse producto del encauce organizado que se
hace de ese sentimiento. Dicho de otra manera, no se puede legislar sobre el
odio pero sí es urgente establecer límites al avance y la promulgación de ideas
y conductas que son profundamente fascistas.
Este momento histórico nos coloca en la disyuntiva de emprender el camino hacia la reconstrucción de un contrato social basado en los principios democráticos, o entregarnos definitivamente a la idea de una sociedad desmembrada y autodestructiva. A juzgar por las diversas conductas adoptadas a 11 días del atentado, la decisión parece ya estar tomada.
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