> El déficit fiscal, uno de los grandes mitos de la economía argentina.


 -Por Julián López-

A la hora de resolver un problema, resulta imprescindible realizar un correcto diagnóstico. Si uno actúa bajo premisas equivocadas, seguramente empeore la situación o no resuelva aquello que se propuso.
En Argentina nos pasa eso mismo: creemos que la enfermedad son los beneficios que el estado otorga y no los juegos especulativos de los grupos más poderosos del país.

Es parte de un discurso altisonante y repetitivo la preocupación sobreactuada de un amplio sector de la dirigencia política y los medios hegemónicos de comunicación respecto al déficit fiscal como así también a la alta erogación de dinero del estado a los sectores populares

En busca de contextualizar rápidamente debemos decir que cuando hablamos de déficit fiscal nos referimos a la comparación de la cantidad total de dinero que el estado tiene contra aquello que gasta. Cuando el pasivo supera al activo en términos contables, es decir se gasta más de lo que hay, podemos decir que tenemos déficit fiscal.

Este drama hoy representa la máxima ocupación no solo de la oposición, sino también del gobierno. Esta semana conocimos lo que será el presupuesto del 2023 y allí podemos ver como el ministro de economía se compromete a reducir el gasto al 1,9% del PBI para cumplimentar con las expectativas del Fondo Monetario.

Ahora bien, si esa es la dirección de la política económica: ¿A quiénes vamos a beneficiar o perjudicar? ¿Cuál es el costo de asumir estos compromisos?

Una de las razones que generan estos desfasajes en el estado tendría que ser la evasión impositiva. Sin lugar a dudas recuperando las divisas fugadas o no declaradas del país, la recaudación invariablemente crecería y por tanto el déficit tendería a disminuir.
En un informe de evasión fiscal basado en datos de la Organización de Naciones Unidas se comprobó que la Argentina sextuplica los niveles de evasión de países vecinos como Bolivia y Uruguay, pero que además solo es superada por Malta, Guyana y Chad.
En materia de Producto Bruto Interno (PBI) la recaudación debería ser del 45%, pero a raíz de la evasión solo implica el 28%. Es decir, 17 puntos del PBI sufren las consecuencias de aquellos que por “falta de competitividad en el mercado” (así lo dicen textualmente) eligen no pagar impuestos.

Pero en nuestro país el gran drama nacional resultan ser los programas sociales. Estos representan menos de un punto del PBI y generan un piso mínimo de supervivencia para vastos sectores populares.

Por tanto, aquí yace una de las grandes contradicciones de nuestro presente: Los “vagos planeros” no son el símbolo de la decadencia argentina. La mirada no puede estar siempre enfocada en los beneficios otorgados a las mayorías populares, porque la realidad indica que es ínfimo el porcentaje destinado en relación a los cuantiosos números que (por ejemplo) la evasión implica.

Otro caso paradigmático de nuestras contradicciones es la excesiva atención que hay en relación a la reducción de los subsidios a la energía, ya que en teoría esta medida representa un gran alivio en las arcas nacionales. Aquí viene la frase de perogrullo: “No es sostenible subsidiar la luz y el gas a millones de personas. Cada uno debe pagar lo que vale la tarifa” (le damos las gracias a todo Juntos por el Cambio por instalar esta falacia en el discurso público). Partiendo desde esa base sobrevino la segmentación anunciada por el ministro Guzmán y profundizada por Sergio Massa, sumado a una ola de discursos fiscalistas que aportan a la causa.

Nadie duda de que la segmentación era necesaria, pero presten atención al siguiente dato: El subsidio a los usuarios implica el 0,5% del PIB (esto es la asistencia a cada uno de los consumidores). En cambio, el subsidio a las empresas representa el 4,5% (Allí figuran grandes corporaciones que claramente pueden prescindir de la asistencia). Y si de paso le sumamos la conocida lista que circulo de grandes empresarios, dirigentes políticos, jueces, periodistas e incluso deportistas que usaban al estado en post de conservar su fortuna (La familia Blaquier por citar uno de ellos), la hipocresía se multiplica.

Insisto, ¿con qué cara nos inmolamos bajo la premisa del déficit fiscal o de reducir el gasto público?

Como último apartado, otra de las grandes estafas ideológicas que circulan permanentemente es la famosa emisión monetaria. En ojos de economistas clásicos y liberales, el proceso inflacionario se debe únicamente a una cuestión monetaria: “Le dan a la maquinita” (gritan con excesivo fastidio).  Al haber mucho dinero circulando, además de expandir el gasto, se genera inflación.

La realidad indica que esto es falso. La inflación es un fenómeno multicausal que se explica desde diversos factores: Desde la concentración del mercado en muy pocas empresas (Molinos, La Serenísima y Arcor saben de qué estoy hablando), hasta la especulación en materia de precios, pasando por la nula intervención del estado para controlar la cadena de comercialización.
Si uno observa el valor inicial de un producto y lo compara con su valor final, entiende que la emisión no influye bajo ningún aspecto.

Por tanto, la defensa a ultranza de esta afirmación se basa únicamente en la intencionalidad política de condicionar la inversión estatal y la posibilidad de financiar sus políticas redistributivas. Porque debemos decir una verdad: detrás de la “circulación excesiva de dinero en el mercado” se esconde la intención de reducir salarios y derechos laborales en pos de achicar el déficit.

En conclusión, si nuestro diagnóstico acerca de los conflictos económicos que hoy enfrenta nuestro país van a estar atados a discursos ortodoxos que solo predican la doctrina del ajuste, las consecuencias solo las sufrirán los trabajadores.
Es imprescindible instalar en la discusión publica un debate franco acerca de la puja distributiva y los intereses concentrados contra los cuales se debe batallar. Cualquier programa económico debe estar basado en el salario y el empleo, jamás en el gasto y el ajuste.

Ojalá el gobierno, que se autoproclama nacional y popular, sepa entender esto.


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