> Discursos de odio: del bombardeo a la plaza hasta la vecina de Cristina

 



-Por Alejandro Ippolito-

Hay un sentimiento, profundo, subterráneo, que recorre las arterias de nuestro entramado social. Un poderoso torrente nacido a la sombra del resentimiento, el desprecio por el marginado, el olvidado no por descuido sino por conveniencia, el que debe quedare de rodillas para que se noten mejor los cuerpos erguidos que pasan a su lado.

El odio no es un invento de estos días, lo que sucede es que el poder se expone más cuando se ve debilitado o, en todo caso, se reconoce amenazado. Autores como el filósofo surcoreano Byung-Chul Han han explicado de manera bastante reciente que la violencia ha mutado de material a simbólica. El filósofo surcoreano lo expresa de esta manera en su obra Topología de la violencia:

La topología de la violencia se refiere, en primer lugar, a toda manifestación macrofísica de la violencia, que se presenta como negatividad, es decir, estableciendo una relación bipolar entre el yo y el otro, entre dentro y fuera, entre amigo y enemigo. En general, suele darse de un modo expresivo, explosivo, masivo y materialístico. Sin embargo, la violencia macrofísica puede tomar una apariencia más sutil y expresarse, por ejemplo, como violencia lingüística. La violencia de una lengua hiriente también remite, como la violencia física, a la negatividad, pues resulta difamadora, desacreditadora, denigradora, o desatenta. La violencia de la negatividad se distingue de la violencia de la positividad, basada en la spamización del lenguaje, en la sobre comunicación y la sobreinformación, en la masificación lingüística, comunicativa e informativa.”

 En la comunión de estas acciones encontramos el resumen de la violencia en su totalidad, en sus dos dimensiones tanto física como simbólica. La violencia sugerida, incitada, por mecanismos que encuentran su génesis en discursos mayoritariamente mediáticos y masivos, tiene su correlato en acciones violentas desmedidas protagonizadas por sectores sociales permeables a estas proclamas validadas por la libertad de expresión que no encuentra su límite en la responsabilidad de expresión.

 Consideramos en este espacio que hay un denominador común entre todos y cada uno de los hechos violentos contra los símbolos y protagonistas del movimiento político que podemos referir como “peronismo” y que a los largo de las décadas desde su surgimiento ha mutado de nominación y de representantes con dispares resultados.

Ese denominador común es, precisamente, el odio de un sector social acomodado y económicamente dominante apuntalado por instituciones y medios asociados a esos intereses particulares.

El dilema moral que representa alentar el exterminio de obreros y representantes políticos de los sectores populares y considerarse, a la vez, republicano, patriota, humanista y honorable, solo puede ser resuelto por la validación otorgada por los medios masivos protagonistas de cada época. La prensa, la radio, la televisión y actualmente las versiones digitales de esos soportes, replican sin descanso un discurso feroz que no pretende otra cosa que exacerbar las pasiones antiperonistas, antipopulares y antiderechos. Todo aquel que intente una distribución más justa del capital, la revisión de los privilegios de ciertas clases sociales, el control de la dinámica especulativa financiera y el otorgamiento de beneficios para los más postergados; será consignado como enemigo del poder pero bajo el más presentable concepto de enemigo de la patria, corrupto y estafador.

De esta manera las causas privadas se transforman en públicas y la condena social mayoritaria avala los deseos de una minoría de buitres locales y foráneos. Ese mismo odio, con sus matices de época pero siempre latente, espera impaciente cada oportunidad para manifestarse en el terreno de lo real. Esa pasión ruinosa fue la que parió el bombardeo de la Plaza de Mayo, asesinando centenares de personas en nombre de la justa causa contra el “tirano” Juan Domingo Perón y también fue el martillo que quebró monumentos y estandartes y la mordaza que silenció los nombres prohibidos de los líderes populares. Esa misma furia ejecutó a los peones rurales en la masacre que conocemos, gracias al inolvidable Osvaldo Bayer, como ‘La Patagonia Rebelde’ mientras los patrones terratenientes cantaban en inglés. Fue esa efervescencia iracunda la que habilitó todas las dictaduras y alumbró los desastres económicos que padecieron siempre los trabajadores a lo largo de los años. El gobierno popular se ha presentado como un insoportable recreo de la historia nacional, intolerable desafío a los que tienen en su mente la ecuación siniestra de mucho para pocos, poco para muchos y nada para los demás.

Los representantes de esa rancia oligarquía local han convenido en no ensuciarse las manos con los charcos sanguinarios de sus exterminios, le han encomendado esa tarea a oportunos cicarios uniformados siempre dispuestos a liberar sus deseos más perversos a cambio de un poder imaginario y ocasional.

El asesoramiento de los imperios del mundo, con EEUU, Gan Bretaña e Israel a la cabeza, siempre resultó de gran ayuda a la hora de planificar la logística del saqueo y la aniquilación en nuestro país y toda la región. Por eso, cuando vemos que en el atentado, felizmente frustrado, contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, aparecen implicados de forma directa o tangencial personajes que representan a esa oligarquía “caza talentos” que opera como brazo armado de sus aspiraciones inconfesables como es el caso de la famosa "vecina de Cristina", Ximena de Tezanos Pinto y también abogados defensores de extremistas de derecha emparentados con la CIA, junto con el financiamiento de testaferros de políticos asociados a todo lo peor de nuestra historia, como Mauricio Macri; comprendemos que la calesita del odio sigue girando en el mismo sentido, hacia la derecha y sin detenerse, porque la sortija hace rato que está en las manos del dueño de la feria.


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